Agitadores, rebeldes, cabecillas de algaradas, amotinados, han existido siempre. Tengan o no éxito en sus planes para ocupar el poder, utilicen los métodos que sean, podemos contemplarlos en toda época y lugar. Pero el revolucionario profesional es un tipo mucho más específico y mucho más reciente. Nace durante la revolución francesa. Adquiere muchos de sus rasgos adolescentes en los principios románticos, nacionalistas y liberales del XIX (el gusto por las conspiraciones, por los rituales iniciáticos, por la grandilocuencia, por la teatralidad). El triunfo de la revolución, en su vertiente más doctrinaria y filistea, les relega a los ámbitos fronterizos, radicales, republicanos y primeros socialistas (y también en los de sus opuestos tradicionalistas). En los últimos decenios del siglo XIX son, ante todo, nihilistas y libertarios, oscilando entre idealismos pacifistas y la tremenda propaganda por el hecho (o compaginando ambos). El revolucionario se ha convertido ya en un auténtico estereotipo perfectamente reconocible en la cultura popular del época: novelas, teatro, ilustraciones.... Y todavía falta (aunque ya está próxima) la culminación de esta figura: el revolucionario burócrata impulsado por Lenin, con su escalafón perfectamente jerarquizado (al que sirve de reflejo el hallazgo semántico y paradójico del PRI mexicano). Lo que ha venido después ha sido mera evolución hacia el militarismo, en la práctica (comandos y guerrilleros) o en el discurso (políticos). El ruso Pedro Kropotkin (1842-1921) pertenece todavía al espléndido revolucionarismo decimonónico. Aristócrata y príncipe, militar, científico y explorador, y, definitivamente propagandista incansable del socialismo anarquista, del no-gobierno. En su larguísimo exilio en Suiza, Gran Bretaña, Francia... predicará (es la palabra que utiliza) de forma incansable esta nueva cosmovisión libertadora entre los trabajadores de todo tipo mediante la pluma y la palabra. Y también se enfrentará a los herejes, los socialistas democráticos seguidores de Marx que, especialmente en Alemania, se estatalizan, se burocratizan y, en su opinión, dejan de lado la acción espontánea de las masas. Paradoja final: cuando finalmente triunfe la revolución en Rusia, y el anciano y famoso libertario Kropotkin apresure su regreso, le será dado contemplar la construcción del primer régimen totalitario. Y quizás entonces pudo comparar las condiciones de sus prisiones en Rusia y en Francia, relatadas en estas Memorias, con las que van a comenzar a sufrir sus compañeros anarquistas, decretadas por los bolcheviques.
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Agitadores, rebeldes, cabecillas de algaradas, amotinados, han existido siempre. Tengan o no éxito en sus planes para ocupar el poder, utilicen los métodos que sean, podemos contemplarlos en toda época y lugar. Pero el revolucionario profesional es un tipo mucho más específico y mucho más reciente. Nace durante la revolución francesa. Adquiere muchos de sus rasgos adolescentes en los principios románticos, nacionalistas y liberales del XIX (el gusto por las conspiraciones, por los rituales iniciáticos, por la grandilocuencia, por la teatralidad). El triunfo de la revolución, en su vertiente más doctrinaria y filistea, les relega a los ámbitos fronterizos, radicales, republicanos y primeros socialistas (y también en los de sus opuestos tradicionalistas). En los últimos decenios del siglo XIX son, ante todo, nihilistas y libertarios, oscilando entre idealismos pacifistas y la tremenda propaganda por el hecho (o compaginando ambos). El revolucionario se ha convertido ya en un auténtico estereotipo perfectamente reconocible en la cultura popular del época: novelas, teatro, ilustraciones.... Y todavía falta (aunque ya está próxima) la culminación de esta figura: el revolucionario burócrata impulsado por Lenin, con su escalafón perfectamente jerarquizado (al que sirve de reflejo el hallazgo semántico y paradójico del PRI mexicano). Lo que ha venido después ha sido mera evolución hacia el militarismo, en la práctica (comandos y guerrilleros) o en el discurso (políticos). El ruso Pedro Kropotkin (1842-1921) pertenece todavía al espléndido revolucionarismo decimonónico. Aristócrata y príncipe, militar, científico y explorador, y, definitivamente propagandista incansable del socialismo anarquista, del no-gobierno. En su larguísimo exilio en Suiza, Gran Bretaña, Francia... predicará (es la palabra que utiliza) de forma incansable esta nueva cosmovisión libertadora entre los trabajadores de todo tipo mediante la pluma y la palabra. Y también se enfrentará a los herejes, los socialistas democráticos seguidores de Marx que, especialmente en Alemania, se estatalizan, se burocratizan y, en su opinión, dejan de lado la acción espontánea de las masas. Paradoja final: cuando finalmente triunfe la revolución en Rusia, y el anciano y famoso libertario Kropotkin apresure su regreso, le será dado contemplar la construcción del primer régimen totalitario. Y quizás entonces pudo comparar las condiciones de sus prisiones en Rusia y en Francia, relatadas en estas Memorias, con las que van a comenzar a sufrir sus compañeros anarquistas, decretadas por los bolcheviques.